Cerrar los ojos, dejar de pensar, tranquilidad, respirar hondo y relajadamente. Percibir lo que hay a tu alrededor y que a tu cabeza no vengan mil pensamientos. Ese era mi deseo. ¿Pedía tanto? Sólo quería estar tranquila, un día tranquilo. No creo que fuera pedir mucho.
Hacía bastante tiempo que no me sentaba relajadamente en el sofá a disfrutar de una buena película, o realizaba cualquier actividad tranquilamente. No podía, era imposible. Me levantaba, me sentaba. Así una y otra vez. Quizá algunos piensen que los únicos momentos malos eran cuando iba a comer, pero nada más lejos de la realidad. Cualquier instante era susceptible de que llegara el momento fatídico, aquél en el que de buenas a primeras y sin previo aviso sentía como si alguien me ahorcara. ¿Quién había cogido esa insana afición de ahogarme? Podía descansar un día, un sólo día...
A veces pienso cómo no me he vuelto loca aún, algunos dicen que soy más fuerte de lo que pensaba, no sé si tienen razón, porque yo me muero de miedo cada vez que me ahogo y vivo día y noche en tensión. A veces para tragar me agarro a algún sitio, qué ilusa, como si así me diera fuerzas para hacerlo. Eso es lo que necesito, fuerzas para continuar, no sé aún de dónde las estoy sacando, pero ahí sigo en pie. Pero no queda otra. Hay que seguir, continuar, no rendirse. Sólo espero algún día volver a estar tranquila, acostumbrarme a esta realidad que me ha tocado, aprender a llevarlo lo mejor posible, y algún día olvidar por un ratito que no me encuentro bien, cerrar los ojos y sonreír. No me entendáis mal... no es que no ría en ocasiones a carcajadas, ni que no disfrute de muchas cosas, ni que esté todo el día parada sin hacer nada compadeciéndome... para nada, sigo en pie, y seguiré haciéndolo.