miércoles, 30 de septiembre de 2015

Desear la tranquilidad


Cerrar los ojos, dejar de pensar, tranquilidad, respirar hondo y relajadamente. Percibir lo que hay a tu alrededor y que a tu cabeza no vengan mil pensamientos. Ese era mi deseo. ¿Pedía tanto? Sólo quería estar tranquila, un día tranquilo. No creo que fuera pedir mucho. 

Hacía bastante tiempo que no me sentaba relajadamente en el sofá a disfrutar de una buena película, o realizaba cualquier actividad tranquilamente. No podía, era imposible. Me levantaba, me sentaba. Así una y otra vez. Quizá algunos piensen que los únicos momentos malos eran cuando iba a comer, pero nada más lejos de la realidad. Cualquier instante era susceptible de que llegara el momento fatídico, aquél en el que de buenas a primeras y sin previo aviso sentía como si alguien me ahorcara. ¿Quién había cogido esa insana afición de ahogarme? Podía descansar un día, un sólo día... 

A veces pienso cómo no me he vuelto loca aún, algunos dicen que soy más fuerte de lo que pensaba, no sé si tienen razón, porque yo me muero de miedo cada vez que me ahogo y vivo día y noche en tensión. A veces para tragar me agarro a algún sitio, qué ilusa, como si así me diera fuerzas para hacerlo. Eso es lo que necesito, fuerzas para continuar, no sé aún de dónde las estoy sacando, pero ahí sigo en pie. Pero no queda otra. Hay que seguir, continuar, no rendirse. Sólo espero algún día volver a estar tranquila, acostumbrarme a esta realidad que me ha tocado, aprender a llevarlo lo mejor posible, y algún día olvidar por un ratito que no me encuentro bien, cerrar los ojos y sonreír. No me entendáis mal... no es que no ría en ocasiones a carcajadas, ni que no disfrute de muchas cosas, ni que esté todo el día parada sin hacer nada compadeciéndome... para nada, sigo en pie, y seguiré haciéndolo. 


lunes, 21 de septiembre de 2015

¿Sentarte a la mesa?


Un día sin saber muy bien porqué me di cuenta de que me sentía mejor si comía sola, sin las miradas de los demás, sin pensar en lo preocupados que estaban al verme comer por si me ahogaba o no. Así que decidí que era preferible comer sola sin compañía, a hacerlo agobiada por ellos, por sus miradas, por lo que yo creía que pensaban y sentían. No sé si me equivoqué, pero yo me sentía más a gusto, más cómoda. 

Al principio me armaba de valor y me sentaba a disfrutar de mis suplicio, pero era incapaz, cogía una cucharada, me levantaba, volvía, intentaba no pensar... ¿No pensar? ¿Y aquello como se hacía? ¿Cómo haces para no pensar que en cualquier momento te van a ahorcar? Yo por lo menos, no he podido dejar de hacerlo. Creo que ese sentimiento ya ha echado raíces en mí y es muy difícil hacerle desaparecer... quizá con tiempo, cuando este mejor, quizá ahí lo consiga. 

Después del periodo de levantarme y sentarme mil veces, dejé de lado la silla, y empecé a comer de pie, los nervios no me dejaban sentarme. Así que a partir de ahí mis comidas fueros así, de pie y sola. Nunca pensé que serían así, que para mí comer se convertiría en una tortura. Algo tan sencillo para todos, tan normal, una acción tan mecánica. Una acción con la que hasta hace muy poco yo disfrutaba... Mmmm chocolate. ¡Cómo me gustaba! y que pocas ganas tenía ahora de él o de cualquier cosa, porque el hecho de comer para mi era tan duro, tan difícil, me hacía sentir pequeña, muy pequeña. Yo lo intentaba, créeme que lo hacía, pero costaba tanto, tanto...




jueves, 17 de septiembre de 2015

Un paso adelante, dos para atrás...


Un paso adelante, dos hacia atrás. En realidad es como ese juego, no sé si alguna vez habéis jugado, debes dar tres pasos de hormiga, uno de elefante, dos de gato... y cada uno tiene su tamaño, sus medidas. Esto es algo así, pero en la vida no todos van hacia delante, al menos yo no puedo verlos así. Me encuentro en un bucle, en una espiral... o no sé ni dónde estoy en realidad. Me encuentro perdida y cansada. Harta de no tener un día tranquilo. Y mis pasos hacia delante son los de la hormiga, y los que van hacia atrás son los del elefante. Quizá no sea objetiva del todo, pero es así como los veo. 

Hacia delante, hacia atrás, delante, detrás. Y así van pasando los días. Y yo sigo en el mismo punto, sólo que más cansada. Agotada física y mentalmente. 

Un día me levanto y pienso que esto ha sido un mal sueño, que por fin esta pesadilla va a acabar, pero nada más lejos de la realidad. Pasan los días, pasan los meses y todo sigue igual. Y yo aún no he sabido reaccionar. ¿Pero reaccionar cómo? ¿Qué se supone que debo hacer? Un día alguien me dijo que debo disfrutar de los buenos días para cuando lleguen los malos, pero no sé hacerlo. 

Sólo sé que cuando un día es menos malo que el resto, cuando el siguiente es similar y así pasan unos cuantos días en los que creo que voy avanzando y llega la recaída, el paso atrás, yo me hundo, me hundo sin poder evitarlo, cada vez más pequeñita, cada vez más lejos de la superficie. 


miércoles, 9 de septiembre de 2015

La culpabilidad...


Qué sentimiento tan extraño este de la culpabilidad... A veces le sientes porque sabes que has hecho algo mal y tienes lo que llaman "cargo de conciencia" pero, ¿no os pasa que a veces lo sentís sin haber hecho nada? ¿Sin tener ninguna responsabilidad? A mí me pasó cuando los conocí un poco. Sin remedio. Sin poder evitarlo. 

Pensé que quizá yo me estaba quejando demasiado y no era para tanto, que había situaciones peores que la mía. Racionalmente eso siempre lo he sabido. ¿Cómo no iba a hacerlo? Por eso me sentía culpable, culpable de no poder con la situación, de que me sobrepasara, de que estuviera harta. ¿Tenía derecho a pasarlo así de mal? 

Conocí casos de niños con mi misma enfermedad, y pensé que tanto sus padres como ellos eran unos valientes. No imaginaba como debía ser ésto para un niño si para un adulto como yo era tan desesperante. Y no sólo eso, personas que llevaban años sabiendo que algo les estaba ocurriendo pero o bien nadie les creía o no eran capaces de decirles qué le estaba pasando a su cuerpo.

Y no podía evitar pensar si no estaba exagerando, si mi mente no era la mayor responsable de mi situación, por qué los demás podían y yo no. Veía muchas historias en ese grupo que empezaba a ser como una familia, y mi caso no era de los más complicados o angustiosos, sin embargo... ¿Cómo haces para sentir que tu problema no es el más importante? Supongo que no se puede, porque para cada uno de nosotros lo que nos afecta es lo más importante. 




domingo, 6 de septiembre de 2015

Cuando sale el sol


Aprendí que después de la tormenta siempre sale el sol, que hay días malos, pero que también los hay no buenos, sino días mejores. Sin embargo todavía en esos momentos no sabía aprovechar esos días que no eran tan desesperantes como otros. El miedo no me dejaba, miedo a volver a lo de antes, miedo a que todo fuera como lo era siempre, tan angustioso, tan desesperante. El miedo es muy poderoso, se aferra a ti y no te deja continuar, no te da ningún respiro. 

Trataba de no pensar en lo que pasaría los siguientes días. "Ya lo afrontaremos" me decía. Eso es algo que te dices para intentar darte ánimos pero no funciona. No puedes dejar de pensar y pensar. Al menos yo, que siempre he sido de las que tratan de tenerlo todo controlado y de las que le dan mil vueltas a las cosas. 

No sabía aprovechar esos días de respiro, quizá porque no eran buenos, sólo más llevaderos. Si sólo me ahogaba una vez al día para mí eso era un día bueno, sin embargo, no nos engañemos, no lo eran. El sol salía, sí, pero con esos rayos pequeños que te crean aún más ganas de que salga del todo, de dejar la chaqueta en el armario y disfrutar de su calor. Sin embargo, le costaba salir, y para mí, no era suficiente del todo.