domingo, 11 de octubre de 2015

Miles de dudas

Siempre he pensado que una de las peores cosas que existen a nivel emocional es el hecho de no saber, de desconocer las respuestas a aquellas preguntas que no nos dejan dormir o que nos tienen todo el día dándole vueltas. En realidad, si nos paramos a pensar, en ocasiones no tiene lógica gastar nuestras energías en ciertos temas, porque por muchas vueltas que le demos, no sabremos la respuesta, porque no depende de nosotros. No está en nuestra mano. Pero esta es la teoría, la práctica... eso ya es otro asunto. 

Yo tenía mil preguntas, cientos de dudas, que callaba en su mayor parte. Necesitaba tener a alguien que me las resolviera, que me las contestara para mi caso particular, para mi enfermedad en particular. Y miraba alrededor y no había nadie, nadie. Desde que me hicieron la endoscopia debían pasar seis meses hasta que me dieran los resultados. ¡Seis meses! Sin saber si es que estaba loca o si tenía cualquier enfermedad. Sin embargo antes de que llegara esta cita pude saber lo que me estaba ocurriendo, tenía una enfermedad rara o poco común (llamarla como queráis) Por lo menos era un paso. Sin embargo mis dudas seguían ahí, necesitaba un especialista que me tratara, que me explicara, que me informara. ¡Tenía tantas preguntas! ¡Tantas dudas! Me aferré con uñas y dientes a mi cita con digestivo programada para lo que para mí eran siglos, deposité en ella muchas ilusiones y esperanzas. No es que pensara que aquél día iba a salir de la consulta curada, pero si esperaba tener un gran apoyo, alguien que de verdad me entendiera a nivel físico y lo que aquello suponía en cierto modo a nivel emocional. Siento decir que aquellas ilusiones se hicieron añicos, se rompieron en mil pedacitos pequeños, minúsculos. 



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